lunes, 23 de febrero de 2015

El buen orador

Por Héctor Salinas Castellanos
       Especialista en Comunicación
       Docente UPTC.

Para nadie es un secreto que la clave del éxito en el campo profesional, político, económico, laboral, profesional y en todos los ámbitos de nuestra vida depende de las habilidades para hablar, comprender, escribir y escuchar. Cada una de estas capacidades son importantes para alcanzar el liderazgo, pero la expresión oral y muy particularmente los lenguajes no verbales son cruciales, ya que reafirman o invalidan todo cuanto manifieste el orador. Por esto, la efectividad al entregar un mensaje radica no solo en lo que se dice sino en cómo se dice; es decir, lo que se expresa sin el uso de las palabras.  El contenido del mensaje es importante, pero mucho más, la forma como el orador lo entrega a su auditorio. De esta habilidad depende que se genere una verdadera empatía, confianza, seguridad, convicción, motivación e interés de parte de quienes reciben el mensaje.  

Los verdaderos líderes tanto a nivel nacional como mundial, son aquellos con una gran capacidad en la expresión oral, porque comunican afectiva y efectivamente sus ideas a su público. Ha quedado demostrado que los lenguajes no verbales tienen más impacto que el significado de las palabras y que el discurso. Estos, lo constituyen los movimientos corporales, el tono de la voz, la mirada, el manejo de las manos, las micro expresiones faciales, sentimientos, estado de ánimo, temores, emociones y muchas otras actitudes que se manifiestan inconscientemente y con mayor contundencia cuando nos enfrentamos al público, o simplemente cuando sostenemos una conversación.

El resultado de una investigación publicada por History Channel, indica que las expresiones no verbales tienen un 93 por ciento de importancia frente a las palabras, lo cual evidencia que lo no verbal, juega un papel decisivo el éxito de la presentación de un mensaje oral. Las palabras solo tienen el 7 por ciento de importancia en la presentación oral del mensaje.

Una máxima hindú, indica que “quienes saben mucho y no saben expresar lo que saben, están en el mismo papel de los que no saben nada”

Los movimientos corporales

Son los comportamientos del cuerpo que realizamos cuando nos dirigimos al público, muchos de los cuales manifestamos inconscientemente.  Se debe tener cuidado en no incurrir en algunas actitudes que no solo pueden distraer la atención de nuestros interlocutores, sino que hacen que nuestro mensaje pierda por completo la atención y el interés de quienes nos escuchan. Caminar agachados, frotarse y cogerse las manos,  hacer movimientos de hombros y de cintura innecesarios, inclinar la cabeza, poner las manos en los bolsillos, respirar profundamente, mostrar inseguridad y desconfianza, sentarse de forma descuidada, ser muy rígidos al estar de pie, distraer la mirada, realizar movimientos exagerados al caminar, mirar con sorpresa, exagerar los movimientos de la boca y los labios, cogerse la nariz, pasarse las manos permanentemente por el cabello, perder la naturalidad, son signos delatores de inseguridad, desconfianza y temor.

El público es como un espejo para el orador, ya que su forma de manifestarse corporalmente se ve reflejada en las reacciones que el auditorio asume. Si la exposición les resulta amena, entonces, reaccionará de manera atenta demostrando interés y deseo de participar; mientras que, si la intervención no es agradable, el orador verá a un público aburrido, desinteresado y frío.

Mirar al público es importante, sin que esto signifique centrar la atención exclusivamente en una sola persona o en una sola parte del auditorio. La mirada no puede distraerse en situaciones que no interesen al público. Cuando fijamos la mirada en el techo, a uno de los lados del auditorio y en el piso, estamos expresando dudas y falta de seguridad.
El tono de la voz:
Uno de los factores que influye en un alto porcentaje en el éxito de la presentación de un mensaje, lo constituye el tono de la voz. 
Para que las palabras de un discurso, alcancen su significado preciso, el orador debe ponerle la intención a cada una de estas. 
Leer un discurso sin el tono adecuado, será como declamar un poema de una forma simple, es decir, sin convicción y sin ningún sentido. Para darle el tono adecuado, a las palabras que conforman un discurso, no se necesita utilizar un volumen alto, ni un ritmo melódico o deslumbrante; lo que, se requiere, es que nuestra actitud sea consecuente con las palabras que pronunciemos. La autenticidad de un orador se da cuando sus palabras concuerdan con lo que expresa el tono de su voz y el manejo de sus lenguajes corporales. 
 
El tono tiene que ser muy expresivo, es decir, que manifieste vida, intensidad, emotividad y pasión de tal forma que haya concordancia entre el significado de las palabras y el tono que utilice. 

El tono de la voz en un discurso juega un papel importante para darle sentido y entusiasmo a cada una de las palabras que pronunciemos. Siempre debe haber coherencia entre lo que decimos y los que demostremos. Es por esto, que debemos tener en cuenta  que para expresar un mensaje debemos demostrarlo con mucha emotividad. Los mensajes de alegría deben manifestarse con rotunda alegría; los de tristeza con profundo dolor. El tono es como el aliño que se aplica a los alimentos para realzar su sabor. El tono en un discurso refleja lo que verdaderamente siente el orador.
Los oradores que logran ganarse la atención e interés de su auditorio, son aquellos que dan el tono que requiere el discurso. Los que utilizan un tono de voz simple, no lograrán persuadir, ni tampoco mantener expectante al auditorio. Para que un mensaje impacte de forma positiva dentro del público, el tono de la voz debe ser consecuente con las palabras y con lo que se dice. Los tonos sin armonía y sin convicción harán que se pierda el interés del discurso. Lo importante no es lo que se dice sino cómo se dice.

Los discursos expresados sin un tono que se ajuste a las palabras del discurso, pueden ser interpretados como incoherentes, pues si no se tiene la capacidad de pronunciar y sentir lo que se manifiesta, el mensaje podrá interpretarse en otro sentido totalmente diferente. De nada servirá que las palabras que se utilicen dentro del mensaje tengan un gran significado, si el orador no le de da la interpretación y el sentido que estas exigen, podrían ser interpretadas como burlas y sátiras.   

En un mensaje la voz no es importante; el tono, sí. Un orador con la capacidad de ponerle el tono apropiado a su discurso convence más, que el orador que posee una voz bonita y melodiosa,  pero sin la capacidad de imprimirle la intensidad que requiera el mensaje. Tienen razón los que dicen que a los oradores los podemos comparar de la misma forma que a los cantantes: Los cantantes que tienen buena voz, pero que no sabe cantar y los cantantes que no tienen buena voz, pero que saben cantar e interpretar.

La modulación, la dicción, la vocalización, la inflexión, el ritmo y el estilo propio son características del buen orador, pero se recomienda mantener un ritmo adecuado al hablar, que no sea muy rápido, ni pausado y con un volumen de voz moderado, ni muy alto, ni muy bajito. 
El Periodista y escritor Juan Gossaín, señala: “El buen orador debe ser un verdadero actor ante su público. En una entrevista que concedió a su colega, Germán Díaz Sossa, para el libro: Así se habla en público, coincide en afirmar que la voz no es tan importante, sino los matices. Sobre el particular, enfatiza: El buen orador debe ser capaz de actuar un poco con la voz. Que le ponga el tono que se requiera. Intimista o de enojo e indignación si así se requiere. Es decir, que el actor no sea el orador sino su voz.
Un mago, un genio absoluto de los matices era Jorge Eliécer Gaitán. Él hablaba como doctor ante los doctores, como gamín en los parques de Bogotá. Ese era un genio en el manejo de la voz. 
Gaitán se sintonizaba con el auditorio. Y lo que es más interesante: No importando que auditorio fuera. Era capaz de cautivar a los emboladores, pero también a un jurado de abogados en un foro, en un juicio, en los famosos viernes culturales que hacía en Bogotá, en el Teatro Municipal. Todo esto se puede escuchar en los discos, en las grabaciones que hay de Gaitán. Los discursos dependían mucho de los tonos y los tonos de los temas y de quienes estaban presentes. Hay que empezar por convencerse así mismo. El que no sea capaz de convencerse así mismo de lo que está diciendo, no convence a los demás. Eso es importante en un orador: que sea él mismo se crea su cuento antes de hacérselo creer a los demás. 
Los mejores oradores que yo he oído en Colombia son hombres que no se despeinaban nunca. Alberto Lleras, por ejemplo. López Pumarejo, quien exponía muchas ideas en sus discursos. Pero, por lo general, un orador es malo cuando se dedica a hablar por hablar. Eso es básico para el fracaso. Cuando sacrifica las ideas a la retórica y cuando lo único que le preocupaba es la voz, que parece ser lo que en Colombia ha matado a tantos oradores
Un orador debe ser inteligente. “La mejor expresión de inteligencia de un buen orador es el sentido del humor”. Es bueno cuando tiene ideas. Que exponga ideas. Pueden ser barbaridades, pero que exponga cosas, que diga cosas. Cuando es capaz de mantener el interés de quienes lo están oyendo. 
La humildad es otro de los aspectos que ayudan significativamente en la oratoria. El Padre, Gonzalo Gallo, manifiesta que la humildad es un elemento fundamental en la comunicación frente a grupos. Lo dice con estas palabras: “El conferenciante debe tener humildad para vivir aprendiendo, para evitar la inflación del ego, para aceptar las críticas y auto-criticarse; y sobre todo para aceptar que no es un Dios, sino solo un instrumento de Él.